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enero 21, 2010

ADORADORES PARA DIOS - ¿Qué es la verdadera adoración?

QUÉ ES UN VERDADERO ADORADOR? 
Estas fueron las trascendentales palabras del Señor Jesús cuando estaba junto al pozo de Jacob, en la ciudad de Sicar, en tierra de Samaria, hablando con una mujer, a la cual se le conoce como la samaritana:
“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren .”
Juan 4:23-24
Estos versículos son solo un fragmento de un hermoso pasaje de la Biblia, en el cual podemos encontrar una inmensa riqueza. Por eso, quisiera detenerme un poco en lo que éste nos enseña, en lo referente a los “verdaderos adoradores”.

Jesús conversa con la mujer samaritana,
junto al pozo de Jacob
Solo como dato curioso, podemos decir que, aunque en la Biblia se nos habla de la alabanza y la adoración a Dios (desde el Génesis hasta el Apocalipsis), la única vez que se menciona el término "verdaderos adoradores" en toda la Escritura es en este pasaje en cuestión. Y siendo que el propio Señor Jesús es quien lo menciona, creo que vale la pena estudiar este concepto con detenimiento.


Veamos así algunas de las verdades que podemos aprender de este pasaje en cuestión. Y dedicaremos un artículo completo a cada una de ellas:
  1. La adoración a Dios no depende de un lugar físico (¿Dónde hay que adorar a Dios?).
  2. Debemos conocer a Quién adoramos (Adoramos lo que sabemos).
  3. Es necesario adorar a Dios en espíritu y verdad (No hay otra forma).
  4. La adoración a Dios es algo personal (Es individual, entre Dios y la persona).

1. DEBEMOS CONOCER A QUIÉN ADORAMOS:
Una enseñanza que podemos aprender de este pasaje de la samaritana, es que Jesús nos deja dicho que tenemos que adorar a Dios con conocimiento, con entendimiento de lo que hacemos. Más que eso, tenemos que conocer a Quién adoramos.
 
“Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos;…”
Juan 4:22
Para comprender mejor esta última afirmación de Jesús, veamos un poco del trasfondo histórico de Samaria.



Por esa razón Jesús le dice a la samaritana que ellos (los samaritanos) adoraban lo que no sabían. Más bien lo hacían por costumbre, por tradición aprendida, como un ritual a cumplir. Incluso, disputaban sobre dónde era el lugar correcto para adorar a Dios, sin siquiera entender a cabalidad a Quién ni por qué debían adorar. Más importante que conocer el dónde o el cómo, es conocer a Aquel a quien vamos a adorar.

Hay un punto aquí que me llama la atención. Podemos ver, a través de las Escrituras, que a Dios le alaba toda su creación e incluso todos los pueblos pueden también alabarle. (Salmos 67:3,5).

Pero solo pueden adorarle (verdaderamente y como él quiere, como verdaderos adoradores) quienes realmente le conocen, quienes están cercanos a él; quienes han tenido un encuentro personal y real con el Señor. Es decir, aquellos en los cuales el Señor habita en su corazón.

Por eso, un verdadero adorador, más allá de conocer de Dios, ha de conocer a Dios.
Y es que muchos pueden alabar y glorificar a Dios por las cosas que él hace, sin que necesariamente hayan tenido un encuentro directo o personal con él. Lo hacen tan solo por el hecho de ver las obras maravillosas de Dios. En la palabra de Dios se nos muestran muchos ejemplos de esto. Veamos solo uno:
“Jesús entonces, deteniéndose, mandó traerle a su presencia; y cuando llegó, le preguntó, diciendo: ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: Señor, que reciba la vista. Jesús le dijo: Recíbela, tu fe te ha salvado. Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios.”
Lucas 18:40-43
También se menciona repetidas veces en la Biblia cómo la creación también le rinde gloria y alabanza a Dios. Es decir, tanto a los animales, a las plantas, como aún a aquellas cosas inanimadas de la naturaleza y del universo, que no tienen alma, mente o entendimiento, se les insta a rendirle alabanza a Dios.

Veamos partes del Salmo 148, que trata de una “Exhortación a la creación, para que alabe a Jehová”.

“Alabadle, sol y luna; alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas.
Alabadle, cielos de los cielos, y las aguas que están sobre los cielos...
Alabad a Jehová desde la tierra, los monstruos marinos y todos los abismos;
el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad que ejecuta su palabra;
los montes y todos los collados, el árbol de fruto y todos los cedros;
la bestia y todo animal, reptiles y volátiles...
Alaben el nombre de Jehová, porque sólo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos.”

Salmo 148:3-4,7-10,13.
Todas esas cosas aquí mencionadas pueden rendirle alabanza a Dios, su Creador. Pero no se nos dice en este pasaje de la Biblia (ni en ningún otro, que yo haya visto) que los animales, los árboles, los montes, la nieve, el viento, la luna o las estrellas adoren a Dios. Se nos dice que éstos alaban a Dios.
Es que, la adoración a Dios involucra, primeramente, el entendimiento racional y personal de Quién es él. Va más allá de traerle intrínsecamente gloria a Dios, como obra de su creación; va más allá de alabarle por las cosas que vemos que él hace.
Le adoramos por Quién es él, por qué representa él para nosotros. Y para ello, tenemos que tener un encuentro con el Señor, un acercamiento con su divinidad.
Para poder ser sus adoradores, Dios tiene que llegar a ser, primero, una realidad en nuestra propia vida. Sino, estaríamos, como los samaritanos: adorando “lo que no sabemos”.
Por eso, es que este pasaje de la samaritana,
Jesús no nos habla de verdaderos alabadores, sino de “verdaderos adoradores”. Alabadores, puede haber muchos. Pero adoradores, no son todos. Es más, no se nos dice que el Padre ande buscando "verdaderos alabadores", pues, de por sí, él ya tiene toda su creación para que le rinda alabanza. Lo que sí nos dijo el Señor es que lo que Dios anda buscando son "verdaderos adoradores".
          Pienso que los ojos de Dios recorren la tierra, buscando aquellos verdaderos adoradores que él anhela encontrar. Y el hecho de que se nos mencione que Dios ande buscando tales adoradores, me hace pensar que no es algo tan común de encontrar, tal como una joya preciada. Me imagino que cuando el Señor se topa con un verdadero adorador, éste resalta ante su vista y atrapa la atención de Dios; él fija sus ojos en el verdadero adorador que encuentra y se detiene a establecer comunión con esta persona.
          Por eso precisamente es que Dios quiere hallar verdaderos adoradores: no porque necesite recibir adoración, sino porque él anhela establecer comunión cercana con el hombre; y un verdadero adorador es alguien que vivirá en comunión con su Dios, a quien conoce y a quien, por eso, adora en espíritu y verdad. Y es que esa comunión profunda entre el hombre y Dios se da a nivel de espíritu a Espíritu. Por eso se nos dice en este mismo pasaje que "Dios es Espíritu y los que le adoran, en espíritu y verdad es necesario que adoren".
          Ahora bien, un adorador tiene que ser primero un alabador. Quien no aprende primero a alabar a Dios, mucho menos sabrá adorarle. Por eso es que hay alabadores, pero no todos son adoradores. Y verdaderos adoradores; pues es aún más difícil hallarlos.
          Al respecto, algo interesante que podemos observar aquí es que, el hecho de que se nos hable de verdaderos adoradores, significa que también hay adoradores, diría yo, no tan verdaderos. Pienso que esto se refiere, en parte, a lo que venimos viendo: a gente que aunque tal vez desee adorar a Dios, no sabe cómo ni tampoco puede hacerlo; pues, para empezar, ni siquiera le conocen verdaderamente.
          Así, respecto a los samaritanos, el Señor le dice a la mujer junto al pozo que éstos, incluyéndole a ella, adoran lo que no saben (v. 22). Aunque sí le dice que adoran, pareciera no referirse aquí a una verdadera adoración de cercanía con Dios, sino solo a que ellos le rendían culto a Dios, por el simple hecho de que creían en él. Sabían que había un Dios, pero realmente no le conocían como tal.
          Es que el término adorar, en su sentido secular, también se refiere a reconocer y considerar a un ser (o seres) como deidad (o deidades); a creer en éste (o estos) y rendirle(s) culto. Aún los pueblos paganos e idólatras han tenido y tienen dioses falsos, a los cuales adoran y rinden culto. También el propio pueblo de Israel cayó en el pecado de la idolatría, adorando, rindiendo culto a dioses falsos:
“Y a causa de toda su maldad, proferiré mis juicios contra los que me dejaron, e incensaron a dioses extraños, y la obra de sus manos adoraron.”
Jeremías 1:16
“…dejaron el pacto de Jehová su Dios, y adoraron dioses ajenos y les sirvieron.”
Jeremías 22:9
          En estos casos, el término adorar no implica una experiencia de adoración, en el sentido hermoso y espiritual de la palabra, como cuando rendimos adoración a Dios; sino que se refiere simplemente a rendir culto a algo o a alguien.

3. "ES NECESARIO" ADORAR EN ESPÍRITU Y EN VERDAD. NO HAY OTRA FORMA.
          Otro aspecto importante que nos plantea el Señor Jesús (en los versículos citados al inicio de este artículo), es que los verdaderos adoradores adoran a Dios “en espíritu y en verdad” (v. 23). Y ¿por qué debe o tiene que ser así?
          Bueno, seguidamente el Señor nos lo explica en el verso 24. Nos dice que “Dios es Espíritu”. Es precisamente por eso: porque Dios es Espíritu es que “es necesario” que los que le adoran, lo hagan “en espíritu”. Porque tiene que haber una comunicación, un nexo entre el espíritu nuestro y el Espíritu de Dios. Y esto no podemos alcanzarlo a través de nuestra carne, de nuestro hombre natural. Para adorarle en espíritu, tenemos que elevarnos a la esfera espiritual de Dios.
          También, el término “es necesario significa “es preciso”; nos hace ver que esa es la forma; que no hay otra manera de adorarle “verdaderamente”.
          Por eso es que, como vimos más arriba, la creación, los animales, etc., no pueden adorar a Dios. Primero, porque no le conocen; y segundo, porque no tienen espíritu, como tal. Como la adoración debe ser “en espíritu”, ellos no tienen el privilegio de poder hacerlo. Solo pueden rendirle a Dios su alabanza.
          Es que la adoración real o “verdadera” (que es el término que se emplea en Mateo 4:23-24) tiene lugar a un nivel por encima del natural; precisamente, a nivel del espíritu. La adoración es un encuentro de espíritu a Espíritu; es decir, de nuestro espíritu humano con el Espíritu Divino. Es un estado de comunión íntima entre el Señor y nosotros. Ello no significa necesariamente que tengamos que caer en una especie de “éxtasis alucinante” o que nuestro espíritu tenga que “salir” de nuestro cuerpo para poder decir que estamos adorándole “en espíritu”.
          Lo que significa la adoración en espíritu es que, aún estando en nuestro cuerpo, dentro de nuestra carne humana, esa esfera natural de las cosas pasa a un segundo plano y nos remontamos, por encima de todo ello, a la esfera espiritual de Dios.
          En la adoración, lo único que interesa es Quién es Dios. Ya no interesa quién soy yo, ni mi alrededor, ni mis problemas, ni mis emociones; ya ni siquiera tiene tanta importancia lo que diga con mis labios. Aún en medio del silencio y la quietud, mi espíritu puede estar conectado con Dios y estarle diciendo cosas hermosas, en un estado de contemplación a él.
          Así, lo verdaderamente importante en la adoración es lo que mi espíritu le dice al Espíritu de Dios, pues es una comunicación genuina de espíritu a Espíritu.
          Si mis labios dicen con sinceridad, genuinamente y “en verdad” lo que hay en mi espíritu, pues bien sea. Pero si le decimos a Dios solo palabras sin esencia, solo por decirlas, no creo que haya “verdad” en ello.
“Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí…”
Isaías 29:13
“Pues en vano me honran…”
Mateo 15:9
          Adoración “en verdad” también significa no de palabra solamente, sino de hecho; con los actos, con la vida.
“Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos.”
Oseas 6:6
          La verdadera adoración tampoco se determina por las palabras en sí. Podemos decir con nuestros labios “te adoro, Señor” y, sin embargo, estar pensando en otra cosa, con la mente lejos de ahí. O quizás sí puede ser que estemos con nuestra mente y corazón en Dios, pero que estamos todavía en el plano de alabarle, sin haber llegado aún a la esfera de la adoración.
          Y en relación a esto, quiero hacer un paréntesis en el siguiente punto: si la verdadera adoración no se determina por las propias palabras en sí, pues mucho menos se define en base a los cantos que entonamos. Procedo a explicarme.
          Hay veces que se pretende hacer una especie de “raya divisoria” en lo que se refiere a la alabanza y adoración congregacional; es decir, la que llevamos a cabo en la iglesia. Yo diría que no hay una “raya” o “delimitación” como tal, sino que implica una continuidad entre la una y la otra.
          Ciertas personas en las congregaciones e inclusive, hasta cantores mismos, tienden a relacionar los cantos de música rápida o “movida” con la alabanza a Dios; y las canciones más “suaves” o lentas, con la adoración a Dios. Hay quienes piensan que por el solo hecho de pasar de los cantos rápidos a aquellos más lentos, cerrar los ojos y levantar las manos, automáticamente ya han entrado a la esfera de adoración a Dios. Esto no es así.
          En las reuniones congregacionales, la mayoría de la gente, durante todo el tiempo que duren las canciones y la música, solo se queda en el plano de rendir alabanza a Dios. Es bueno y grandioso que alaben al Señor. Claro que sí. Pero a más de allí hay otro nivel más alto y hermoso que pueden estarse perdiendo. Terminan siendo pocos aquellos que aprovecharon a cabalidad la oportunidad y lograron alcanzar la esfera de una real adoración a Dios, “en espíritu y en verdad”.
          En cierta forma, alcanzar ese punto de adoración en un tiempo congregacional resulta a veces todo un proceso. Este va a estar determinado, primero, por la disposición personal de cada uno allí presente. Quien se disponga de veras, en sinceridad, en integridad y rectitud de corazón a aprovechar al máximo la oportunidad para rendirle culto, alabanza y adoración a Dios; pues seguro que le va a encontrar.
          Hasta los propios habitantes de la ciudad de Samaria le pidieron al Señor que no se fuera aún de ellos y él se los concedió. Inicialmente Jesús se dirigía de Judea a Galilea; Samaria solo le quedaba en el camino (Juan 4:3-4). Pero aunque solo iba de paso, Jesús se quedó con ellos dos días, porque se lo pidieron. Y solo después fue que siguió su camino hasta Galilea (Juan 4:40-41,43).
          El Señor dice que él recibe a aquellos que se acercan a él.
“y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón.
Jeremías 29:13
“…al que a mí viene, no le echo fuera.”
Juan 6:37
“Yo amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me buscan.”
Proverbios 8:17
“…es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.”
Hebreos 11:6
          Pero además de lo anterior (es decir, de la disposición del pueblo mismo a encontrarse con Dios), también juega un papel importante la actitud y sabiduría de quien esté al frente dirigiendo ese tiempo de alabanza y adoración a Dios. Esta persona tiene que saber seguir la dirección de Dios, ser sensible a lo que él quiere que se haga y además, actuar con sabiduría, juzgando inteligentemente cómo ir desarrollando, paso a paso, una ministración eficaz. En pocas palabras, tiene que saber, en todo el sentido de la palabra, “dirigir” el tiempo de alabanza y adoración a Dios: saber cómo dirigirse a sí mismo y saber cómo dirigir al pueblo. Pero ante todo, debe ser, él mismo, un verdadero adorador.
          Por otro lado, como mencionamos algunos párrafos atrás, ni siquiera la propia letra del canto determinará si alabamos o adoramos a Dios. Podríamos decir que, genéricamente, casi todas las canciones tienden a ser seleccionadas o empleadas, ya sea para un tiempo de alabanza o un tiempo de adoración, principalmente en base a su música, más que por su letra. Así, hay muchos cantos con música lenta, pero en cuya letra no se expresa una adoración a Dios, sino más bien, alabanza a él.
          (Todo esto lo veremos más adelante y con mayor detenimiento en otro artículo).

4. LA ADORACIÓN ES A NIVEL INDIVIDUAL (ENTRE DIOS Y LA PERSONA):
          Retomando la historia en cuestión, ésta nos enseña también que la adoración a Dios es algo personal. El hecho de que sea “en espíritu”, le da una connotación de individualidad a la adoración. Es decir, la convierte en algo personal, particular, propio, privado entre uno y Dios.
          Algo hermoso de la adoración a Dios es que es algo tan íntimo y personal entre Dios y uno, que solo él y la persona que le adora puede entender. Es algo así como un lenguaje exclusivo o una comunicación que más nadie comprende en el momento; solo Dios y uno, porque la adoración se vive de espíritu a Espíritu. Como Dios es Espíritu, solo así nos encontramos con él en verdadera adoración: comunicándonos “en espíritu y en verdad”.
          Debido a esa “exclusividad” de la adoración (en el sentido de la intimidad Dios-hombre), mi experiencia de adoración no va a ser necesariamente igual que la de aquel que esté a mi lado.
          Cuando en la iglesia rendimos gloria a Dios en medio de la música congregacional, podemos alabarle en grupo, en conjunto, como un todo. Incluso podemos adorarle todos juntos, colectivamente. Eso, en el sentido de que la adoración que individualmente cada uno de nosotros eleva a Dios, se va uniendo a la de los demás. Pero siempre sabiendo que en esencia, nuestra adoración al Señor es algo personal y que nadie puede rendir adoración a Dios por uno. Es algo que cada uno ofrece de manera voluntaria y personal a Dios.
          Es que la verdadera adoración tiene lugar siempre a un nivel personal e individual con Dios. Podemos hacerlo todos, sumándonos en un mismo sentir, unánimes; pero aún así no deja de ser algo individual y único entre Dios y cada quien. El Señor puede acoger la adoración de todos a la vez; pero en medio de la multitud, él se detiene a escuchar la voz de mi corazón y de mi espíritu; él se detiene a recibir y tomar, de manera personal, mi adoración que le ofrezco a él.
          La verdadera adoración es independiente de quién esté a mi derecha o a mi izquierda; de quién esté dirigiendo los cantos; de si estoy entre miles de personas o si estoy solo, en mi aposento. Siempre será algo individual e íntimo, procedente de una relación personal entre Dios y yo.
          Ahora bien, quien no ha aprendido a adorar a Dios a solas, en su devoción privada, se le hará más difícil hacerlo en público congregacionalmente. Pero también puede ir aprendiendo de otros que le guíen. Para eso están los ministros de alabanza ¿no? Para guiar al pueblo a la presencia de Dios por medio de la alabanza y la adoración.

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