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junio 11, 2012

La huella de los clavos (Meditación)

Cuando era niña leí una historia en un libro de cuentos que me impactó en ese entonces. Y aún hoy la recuerdo. Aunque es una historia sencilla, nos enseña grandes lecciones acerca del dominio propio, las consecuencias de nuestras malas acciones, el amor y el perdón. Contándolo a mi manera (y con ciertas añadiduras de mi parte), el cuento dice algo más o menos así:
          Érase un niño que gustaba de hacer muchas travesuras. Pero no eran aquellas inofensivas travesuras comunes al comportamiento infantil. Él disfrutaba de molestar y hacer daño a otros, sin importarle las incomodidades, tristeza, enojo o verguenza que pudiese ocasionar a aquellos a quienes importunaba.
          Un día, su padre pensó en ponerle fin a aquel mal comportamiento de su amado hijo. En ocasiones anteriores le había impuesto castigos y diversas disciplinas, pero nada parecía funcionar. Así que decidió mejor tramar un plan para apelar a su intelecto, conciencia y emociones.
          Así que un día que el niño cometió otra de sus acostumbradas y perjudiciales travesuras, su padre le llamó con voz serena pero severa. Al acercarse el niño vio que su padre tenía en su mano un martillo y una tabla. Le dijo al chico que extendiera ambas manos. El niño se asustó un poco, pensando que sería duramente castigado.
          Pero cuál no sería su sorpresa cuando su padre, con mucha calma y control, toma la tabla y la pone en sus manos. Le entrega el martillo y una pequeña caja, la cual contenía varias docenas de gruesos clavos. Entonces le dice:
          - Hijo mío: he visto que no te has estado comportando correctamente. Pero esta vez no te voy a castigar. Tú serás ahora tu propio juez. -
          El niño se alegró un poco dentro de sí al ver que aparentemente, no tendría que sufrir un castigo. Su papá prosiguió diciendo:
          - Toma esta tabla de fina madera en forma de cruz que he recortado, lijado, barnizado y pulido, especialmente para tí. -
          - Quiero que desde este momento en adelante, cada vez que cometas una acción que, a tu parecer es mala, le incrustes un clavo a la tabla, lo más hondo que puedas. Yo no te diré cuándo usar cada clavo; tu propia conciencia lo hará. Cuando se te hayan terminado todos los clavos, regresa a mí. -
          El niño se retiró con los objetos en sus manos y se propuso cumplir con la extraña encomienda de su padre. Estaba algo confundido, sin todavía entender si ese era o no era realmente un castigo.
          Pasaron solo algunos días y el niño vuelve ante su padre mostrándole aquella tabla, ahora llena de clavos. El papá entonces le dice:
          - Hijito: ¿Tan pronto has usado todos los clavos? Al parecer has hecho muchas cosas malas en estos días. -
          El muchacho agacha la cabeza, con vergüenza y algo de tristeza. Luego le dice a su papá que lo siente mucho; a lo que su padre le contesta:
          - Veo que te muestras arrepentido. Al menos, eso es bueno. -
          - Lo que harás ahora es lo siguiente: Por cada acción que hagas, que tú sabes que es buena, sacarás un clavo de la tabla y lo pondrás de nuevo en su caja. Cuando hayas sacado todos los clavos de la tabla, regresa a mí. -
          El niño se retiró confortado y dispuesto a revertir todas sus malas acciones. Ahora tenía la oportunidad de mostrarle a su padre que podía estar orgulloso de él.
          Casi tan pronto como el niño llenó la tabla de clavos la primera vez, logró ahora sacarlos uno a uno, a través de sus buenas acciones. Unos cuantos días después regresó contento y ufano ante su padre y le muestra aquella tabla, ya sin ningún clavo en ella, esperando recibir algún elogio por parte de su papá. Éste, en cambio, no toma la tabla, sino que muy amorosamente extiende su mano hacia el niño y le dice:
          - Hijito: Dame la caja con los clavos. - El niño se la entrega a su padre.
          El hombre la toma y se dirige a un pozo que había en el patio trasero de la casa, el cual hacía mucho nadie utilizaba. Levanta la tapa del mismo y delante de su hijo (quien le había seguido hasta el pozo), empieza a arrojar uno a uno todos los clavos al fondo del pozo. Al terminar, vuelve a sellar el pozo y se retira, de vuelta a la casa, mientras el niño sigue tras de él.
          Ya en la casa, y solo después de haber desechado los clavos en el fondo del pozo, el hombre toma la tabla de manos del niño y la examina cuidadosamente, con algo de tristeza en su rostro, viendo lo deteriorada que ahora está. Luego, abraza fuertemente la tabla, apretándola contra su pecho por un momento. Después, sonríe, se la devuelve al chico y le dice:
          - Mira bien la tabla. ¿Sabes que significa todo esto? -
          El niño observa con detenimiento aquella tabla de madera en forma de cruz que ahora tiene en sus manos. Luego mira hacia el  viejo pozo, en donde su padre arrojó los clavos. Y aún sin comprender nada del asunto, el niño vuelve su mirada a su padre, como esperando de él alguna explicación. Él le contesta:
          - Hijito amado: Los clavos representan el pecado y la maldad. Pero cuando reconociste y te arrepentiste por tus malas acciones, en verdad te perdoné. Por eso, arrojé todos tus clavos al fondo de ese pozo y jamás los pienso sacar de allí. Me olvidaré para siempre de ellos. -
          Y continúa diciendo:
         - Pero aunque fuiste perdonado y pudiste sacar de la tabla cada clavo, jamás podrás borrar los agujeros que dejaron en ella tus malas acciones. Tus actos siempre tendrán consecuencias. Con tus buenas obras nunca podrás borrar ni quitar tu pecado, ni tampoco el daño que le haces a otros. -
          Prosigue el padre:
          - Además, cada palabra hiriente que lanzas a otros los lastima; cada burla, cada acción egoísta y mala hacia los que te rodean. Todo eso es como dañinos clavos que se incrustan en lo profundo de sus corazones. Y cuando te das cuenta de que hiciste mal, no es tan simple como solo sacar esos clavos. Aunque lo hagas, el agujero que causas en el alma de los demás no puede repararse tan solo con buenas acciones. -
          El hombre le dice además:
          - La tabla representa la vida; tu vida, la mía y la de los demás. Cuando haces daño a otros, no solo perjudicas a los demás, sino que también te haces daño a ti mismo. ¿Recuerdas cómo era esta tabla cuando te la entregué? Era hermosa, pulida y brillante. Pero ahora está llena de feos agujeros. Perdió su integridad, su belleza y no será ya más la misma. La dañaste con tus propios clavos. -
          Y le dice finalmente al chico:
          - Así como yo lo hice contigo, Dios nos entregó a cada uno de nosotros una tabla hermosa y en perfecto estado, que es nuestra vida. Pero nosotros la estropeamos. Pero no todo está perdido. Aún así, aunque nuestra tabla esté maltratada, fea y llena de feos agujeros, el Señor la recibe tal como está y no la desecha, sino que la abraza y nos muestra su amor. Solo él puede restaurar las tablas de nuestras vidas y construir algo hermoso con ellas, si las entregamos en sus manos, en la manos de Jesús, que es el Divino Carpintero. -
          Aquel día ese niño aprendió la lección más grande de toda su vida."
          Toda esta historia me trae a la mente algo que también he leído, en las Sagradas Escrituras:

          Todas nuestras acciones, nuestro pecado, tienen consecuencias:
"No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará."
"El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia."

          Hay una manera de reparar lo dañado: reconciliándonos con Dios:
"Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana."
"Vuelve ahora en amistad con él (con Dios), y tendrás paz y por ello te vendrá bien."

          La puerta del perdón Dios la tiene ahora abierta para ti, a través de Jesucristo:
"Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos."
"Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí."

          Solo el Divino Carpintero puede restaurar la tabla de tu vida, pues él mismo llevó en su propia carne los clavos de tu pecado, tomando, en el madero de la cruz, el lugar que te correspondía a ti.
"Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."

          Y cuando el Señor perdona, es para siempre:
"Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones. Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen."
"Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados."
"Yo (Dios), yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados."

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