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enero 27, 2010

Ministros? SÍ! Artistas? Quizás... Actores? ¡Jamás! - Ministremos sabiamente

NO es lo mismo ser un ARTISTA, que ser un ACTOR

Un ministro de alabanza, llámese cantante o músico, pudiera ser considerado, en cierta forma, como un artista (y me estoy refiriendo al sentido estricto de la palabra), aunque no soy partidiaria de que se le llame así a un ministro de alabanza. Pero nunca, nunca, jamás, debe ser un actor.


En lo particular, para referirme a alguien que sirve a Dios en la música, prefiero decir simplemente "MINISTRO" (que significa "servidor"). Así, de plano, pues eso es lo en realidad somos: servidores de Dios.
Sin embargo, quiero enfocar en esta ocasión el término "artista" dentro de su connotación estrictamente relacionada al hecho de "una persona que produce, genera o crea arte." (tal como un escultor, pintor o artesano). Veamos.

Examinando el término "artista", en su sentido estrictamente original y a la luz del diccionario, (y NO según el significado popular, relacionado a los "íconos" de la farándula), encontraremos lo siguiente:

Se define "ARTISTA" como: aquel que es capaz de crear, reproducir y transmitir arte”. Otra definición es: la persona que ejercita alguna arte bella y está dotada de las disposiciones necesarias para el cultivo de ésta”.

Desde ese específico punto de vista, un ministro de alabanza podría ser considerado un artista, por la sencilla razón de que ejerce un arte bella (humanamente hablando), que es la música y el canto; y aún más bella, si ésta es para glorificar a Dios. Pero, aunque en dicho sentido pueda ser un artista, no por ello debe de ser un actor (pues no es lo mismo ni se escribe igual).

Un ACTOR se define como “aquel que representa o hace la caracterización de un personaje en un espectáculo o una función”; también, “aquel que actúa disfrazado”.

En la antigua Grecia se acostumbraba representar obras teatrales llamadas tragicomedias, en las cuales los actores utilizaban una máscara o careta que le indicaba al público si el actor representaba una escena cómica o una triste; si debían reír o llorar. De allí nace el reconocido símbolo que se usa para representar el teatro: dos máscaras; una triste y otra alegre.

Las máscaras feliz y triste: el clásico símbolo del teatro actual.

En el mundo del espectáculo, un actor no siempre lleva un disfraz estrictamente físico (como la indumentaria que viste, por ejemplo), sino, más que todo, actúa disfrazado tras una careta o máscara de personalidad en la cual representa o hace la caracterización de alguien que no es él en realidad, sino, otro personaje. Y este personaje caracterizado puede ser ligeramente parecido al actor; o bien, diametralmente diferente.

Cuando se trata de un músico o cantante secular (es decir, no cristiano), además de ser un artista, termina siendo también un actor. ¿Por qué? Pues porque debe actuar, presentando un espectáculo (llámese una función o representación de una serie de cantos, bailes e interacción con el público) de tal manera que muchas veces (o la mayoría de ellas), ese cantante secular NO va a ser realmente sincero en lo que dice y hace. Y es que, como actor que también es, parte de su trabajo es fingir, cuando le sea necesario.


Independientemente de su estado de ánimo, ese “actor” secular debe tener la capacidad de fingir su actuación y su interacción con los demás, con el fin de satisfacer las exigencias de su público. Y aún cuando esté en capacidad de fingir su actuación, su grado de profesionalismo como actor determinará cuán “naturalmente” haga ese fingimiento. Y debe hacerlo de la manera más natural posible, pues el público es el primero en notarlo.

En ese sentido, son muchos los artistas seculares que al ser entrevistados manifiestan que, aunque sean tímidos en la vida real, se transforman al subir a un escenario o al estar frente a una cámara; y dicen sentirse otra persona en ese momento, diferentes a como son en su vida diaria. Incluso algunos tristemente han reconocido que, aún cuando en el escenario sean el icono de la alegría y la chispa, su vida personal es triste y vacía. En otras palabras, APARENTAN ser lo que NO son en realidad.

De manera diametralmente opuesta, nosotros, LOS HIJOS DE DIOS DEBEMOS REFLEJAR LO QUE EN REALIDAD SOMOS. No hay nada peor que un ministro de alabanza que en el altar finge sentir y ser lo que no es; y créanme, que el pueblo de Dios es el primero en darse cuenta si esto es así. Aquí no hay cabida para la falsedad.

El ministro de alabanza (al igual que cualquier otro que sirve a Dios) debe ser tan transparente como un libro abierto, tanto en su vida diaria (manteniendo un sólido testimonio como creyente), así como mientras esté arriba, en un altar de Dios.


Por eso, todo lo que digamos y hagamos al ministrar alabanzas en un altar, debemos creerlo primero; luego, vivirlo (en nuestra vida diaria); para poder sentirlo y entonces proyectarlo (en ese mismo orden). No estamos allí para actuar ni fingir. 

Al ministrar, debemos ser nosotros mismos, auténticos, sinceros, reales. En fin, ser la misma persona que somos siempre, dentro y fuera de la iglesia.

Si pretendemos subir a un altar de Dios a actuar, mejor nos sería detenernos, dar media vuelta y regresar por donde vinimos. Dios, más que nadie conoce nuestros corazones y sabe si le estamos mintiendo con nuestras palabras y nuestros actos. Tengamos entonces temor de Dios y respeto hacia él.

El fingir y ser falsos al ministrar alabanzas es una falta de respeto para con el pueblo que nos mira y escucha. Pero, peor aún, es una ofensa y falta de respeto ante Dios.
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado…”
Gálatas 6:7
         
 Así que, echemos fuera toda mentalidad de "actores". Subamos pues, a un altar, NO A ACTUAR ni a lucirnos; sino, a ALABAR Y ADORAR a Dios.



1 Comentarios. ¿Dejas el tuyo? :

Anónimo dijo...

Gracias

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